domingo, 15 de abril de 2007

Si lo invento yo...

Si lo invento yo…


- ¿Ves esa estrella?

- ¿Cuál?

- Esa, la que está ahí… ¡la única que se ve en el cielo!

- ¿La única?

- Claro… es la primera que ha salido…

- ¿De dónde?

- ¿De dónde…? No me líes con absurdas preguntas.

- De acuerdo, pero si me dices que es la primera que ha salido será porque habrá venido de algún sitio.

- ¡No! No ha venido de ningún sitio. Siempre ha estado ahí.

- ¡Pero si acabas de afirmar que acaba de salir!

- No. Lo que he dicho es que es la primera estrella de esta noche que podemos ver. Eso es muy distinto.

- ¡Ah! Vale, ahora lo entiendo…

- Pero ¿la puedes ver?

- Pues no… no sé de qué estrella me hablas.

- ¡Sí, sí, sí!

- Y ahora ¿qué es lo que te pasa?

- Que esta noche vuelvo a tener suerte.

- Suerte… ¿por qué?

- ¿Tú, a caso, no sabes que al primero en ver una estrella en el cielo se le concede inmunidad para la malaventura?

- ¿Malaventura?

- Sí, contra el infortunio, la malandanza, los percances, los peligros, las…

- Sí, sí… Te he entendido, pero ¿por qué iba a ser eso así?

- Pues… porque esa es la regla.

- ¿Qué regla?

- La que dice que a quien vea la primera estrella del cielo le sonreirá la fortuna.

- No sabía que la fortuna sonriera… porque si tiene sonrisa, entonces, tendrá boca y si tiene boca tendrá cara… ¿Y cómo es el rostro de la fortuna? ¿Tú se lo has visto?

- ¡Ya estás con tus patochadas! Pues claro que tiene rostro… a veces dices cada cosa que…

- Yo sólo preguntaba. Perdona si te he molestado…

- ¡No! ¡Esta noche no me molesta nada porque he sido el primero en verla!

- ¡Ah! Es verdad, lo de la regla de las estrellas. Es como aquello que si oyes campanillas es porque a un ángel le han dado sus alas o que cada vez que alguien dice que las hadas no existen una de ellas muere.

- Sí, eso es. Aunque esas reglas las hayan sacado de películas o de libros.

- ¿Y la tuya? ¿Tu regla no es de una película o de algún libro?

- ¿Cómo te atreves a decir tal tontería? ¡Esta regla es mía porque la he inventado yo! Y eso la hace muy válida.

- Sí, si no digo yo que no… pero como diría mi padre: “toda regla tiene su trampa”

- ¿Qué quieres decir?

- Pues que es muy difícil saber si has sido tú quien ha visto la primera estrella. Porque, vamos a ver, ¿quién te dice a ti que no hay otra persona que la haya visto en cualquier otro lugar?

- Eso tiene fácil respuesta. Hay días que no lo sé, pero hoy te tengo a ti para confirmar que esa estrella es mía y sólo mía.

- ¿Yo? ¿Yo qué tengo que ver?

- Sencillo: Tú y yo estamos aquí…

- Sí…

- Viendo el mismo cielo…

- Sí…

- Y, sin embargo, he visto antes que tú esa estrella…

- Sí, sí… ¿a dónde quieres llegar?

- Pues que está clarísimo: que esa estrella estaba destinada para ser sólo mía.

- Puede ser, tu razonamiento es muy lógico…

- Claro que es cierto. Mi regla nunca falla. La primera estrella del cielo en salir está destinada siempre a alguien y esta noche ha sido para mí.

- Oye. ¿Y tienes más reglas de esas?

- Mmmm… Déjame pensar… No, creo que no.

- ¿Y tú crees que yo puedo inventar una regla?

- Bueno… hay que estar muy capacitado para inventarla. No vale cualquier regla. Piensa que, si no, habría millones de reglas.

- ¿Tantas?

- Casi tantas como habitantes tiene China.

- ¡Vaya!

- ¡Hombre! ¿Te creías que era tan simple? Hay que darle muchas vueltas al tarro.

- A ver… ¿Qué te parece ésta?

- ¿Seguro que la has pensado bien?

- Sí, sí. Escucha: cada vez que al brindar con copas de cristal estas se rompan, un mal que estaba previsto que ocurriera desaparecerá del destino.

- Mmm… No esta mal. Sería una buena regla si no fuera porque tiene algunos fallos.

- ¿Fallos? Pero si la he pensado muy bien… ¿Cuáles?

- Cuando se brinda se desea que cosas buenas formen parte del destino. Lo que es del destino no se puede deshacer. Esta es otra regla, por cierto.

- ¿También es tuya?

- No. Esta es de mi madre, que es muy sabia.

- ¿Entonces, al brindar, no se puede pedir que lo que tenga que ocurrir no ocurra?

- No. Además, ¿que pasaría si sólo se rompiera una copa? ¿y si la que se rompe es la de quien propone el brindis? ¿Eh? Tu regla tiene muchas fisuras, no me gusta.

- Es verdad… Bueno, ya se me ocurrirá otra.

- …

- ¡Ya sé!

- ¿Sí?

- Eh… no… esta también tiene fallos…

- …

- Cada vez que… No, esta tampoco…

- …

- Ufff… Oye, no es fácil, no señor.

- Ya te lo dije yo.

- ¿Y si…?

- ¿En qué estás pensando?

- Ya tengo una regla…

- ¡Entonces, dila!

- Es que… es un poco triste.

- ¿Y? Lo triste también es bonito.

- ¿Eso también te lo enseñó tu madre?

- No, un escritor que si ahora estuviese vivo sería muy viejecito y pequeño… tan pequeñito que sólo ocuparía una hoja y dos y tres…

- ¿Y su voz?

- Su voz sería un “ay” no más grande que un gritito.

- …

- Bueno. Te estoy esperando. ¿Cuál es tu regla?

- Cuando, sin buscarlo, te sorprenda una cosa…

- ¿Una cosa?

- Una cosa, un objeto, un sonido…

- ¿Vale una canción?

- Vale una canción como vale una palabra o un aroma o, incluso, hasta una caricia.

- Ah…

- Cuando estas cosas aparezcan con un giro de cabeza, a la vuelta de la esquina o dentro de un cajón…

- ¿Y dentro de la memoria? Porque esta no avisa ninguna vez.

- Sí, también dentro de la memoria.

- Sigue, por favor. ¿Qué ocurre cuando surjan, así, de repente?

- Si te traen el recuerdo de lo que ya no es… de quien ya no está…

- ¿Y por qué razón no iba a estar?

- Porque se haya perdido o porque tenía que irse…

- Entonces… ¿qué sucederá?

- Si el recuerdo duele como un alfiler en el centro del corazón, el objeto del recuerdo tendrá que regresar para quitarle la punta de hierro al corazón para que no enferme.

- Pero… si ya no está porque se ha perdido o porque tenía que irse ¿cómo volverá?

- Porque los caminos de baldosas amarillas o de miguitas de pan también están en las sendas de los sueños de los que se quedan dormidos con los ojos enrojecidos.

- ¿Sabes? Tu regla es muy bonita.

- Es triste.

- Por eso…

- …

- …

- ¡Ahí está!

- ¿Qué?

- ¡Tu estrella! Ya le he encontrado. Ahí, justamente ahí, ¿verdad?

- Sí. ¿A que es hermosa?

- Es la estrella más hermosa que haya visto nunca.

- ¿Nunca?

- Nunca jamás…

- Gracias.

- A ti… por mostrármela…



Nacho Hevia

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Sabes? Me parece que rebosa ternura por todos los sitios... Qué sentimiento de tristeza hermosa me ha dejado... Porque es a la vez esperanzador. Amado nervo dijo "La tristeza es un don del cielo, el pesimismo una enfermedad del espíritu". Pero nosotros no somos pesimistas, jejeje. Se me ocurre que en una de estas que te diera por quedarte por Madrid unos diítas podríamos interpretarlo..., como ejercicio teatral para reforzar mi sensibilidad en escena, jejej. Es tan bonito... Esta manera tan tierna de expresar sentimientos me recuerda mucho al autor de "Mi planta de naranja-lima", JOsé Mauro de Vasconcelos. Sus libros me hacían llorar a lágrima viva pero gozar de ello mogollón.