miércoles, 4 de abril de 2007

RELATO: CARIATIDE

Cariátide



La mujer que miraba la televisión tenía los pechos vencidos, abiertos como dos palmas caídas al suelo y mostradas en señal de derrota; ausentes bajo el grotesco jersey, no menos sucio por ser gris, de lana gorda, cubierto de relieves deshilachados; a aquellos pechos les sobraba piel para ser pequeños o les faltaba prieta carne para ser hermosos; aquellos pechos eran omitidos por ella misma de igual manera que la marea de desperdicios que se arremolinaban en las orillas de la barra del bar en la que se estampaba cada final de tarde.


La mujer de pechos en antítesis con su joven edad trataba de responder a las preguntas del millonario concurso de rebajada cultura general con demasiado poco acierto repitiendo las respuestas correctas inmediatamente después de escucharlas por boca de los, bien vestidos para la ocasión, concursantes o de la guapísima presentadora que con voz clara leía los enunciados impresos en los tarjetones que atesoraba en sus finas manos pudiéndose distinguir en su envés el llamativo y poco original logo del programa, haciendo suyas las enormes cantidades de dinero que el bote acumulaba día a día.


La mujer de pechos deprimidos, cada menstruación irregular más tristes, sabedores de que, aún habiendo sido preñada en más de una ocasión, su dueña jamás parirá cuerpo vivo, se alimentaba de las ínfimas raciones gratuitas que acompañaban a sus demandas de cerveza. Dos o tres patatas al alioli por caña que agregaban su sabor a su aliento de alcohol y alcanfor.


La mujer de pechos agónicos, abandonados sobre sus costillas, salió del bar con su sueño de millonaria y su escueto bolso de raídos y largos flecos vaqueros vacío.


La mujer de pechos áridos, crónicamente enfermos, con el primer billete de la noche en la cartera, agachada sobre sus rodillas asfaltadas de costras, con la cabeza echada hacia atrás, mirando a los ojos del hombre que tiraba de su apelmazada cabellera, sonreía con labios entornados, resbalándose saliva a impulsos de arcadas. Ni los concursantes, ni el público, ni toda la clientela del bar... nadie salvo ella podía responder a la última pregunta del concurso. La guapa presentadora miró directamente a la cámara y preguntó: “¿qué es una cariátide?”


En su cartera, dentro de un bolsillo plastificado, guardaba una cuartilla cuadriculada en la que a sus quince años escribió para un ejercicio de su clase de Literatura el poema que nunca presentó...

aquí estoy
tratando de deshilachar aristas
de la otrora cariátide
de sentimientos barroca
Nacho Hevia

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