martes, 15 de enero de 2008

CON LA MÚSICA A OTRA PARTE

CON LA MÚSICA A OTRA PARTE

Manuel Delgado

Profesor de antropología urbana en la Universitat de Barcelona

La cultura puede ser definida de varias maneras. En un nivel mayor, la cultura remite a la competencia específicamente humana de inventar universos; a otro, más concreto, la virtud no menos humana de especular con las formas –palabras, sonidos, colores, ideas, volúmenes...– y de producir con ellas realidades nuevas capaces de hacernos sentir y pensar. En cambio, hoy la cultura no es eso. La cultura es estos momentos un mero instrumento de legitimidad política o simplemente puro mercado, o las dos cosas al mismo tiempo. Barcelona es un ejemplo de ello. Aquí, como es sabido, la Administración y todo tipo de fundaciones presuntamente filantrópicas han invertido grandes capitales en convertir la ciudad en una especie de parque temático cultural, compuesto de grandilocuentes instalaciones encargadas a arquitectos famosos y animado por todo tipo de fastos conmemorativos y acontecimientos protagonizados por artistas de renombre, capaces de proporcionar a los promotores “culturales”, públicos o privados, beneficios económicos o políticos.

Es bien escaso el papel que se concede en ese escenario a la creación a ras de suelo, a la labor de quienes están investigando para generar formas inéditas y todavía no han llegado o se niegan a convertirse en dinero. Se repite con ello la maldición que afecta hoy a la producción cultural con poca cotización en el mercado o no industrializada, la que no tiene cabida en los museos y centros culturales insignia y no se vende en los grandes establecimientos de “ocio y cultura”. De un lado, lo de siempre: el escaparate, la campaña publicitaria, el prospecto para turistas o el suplemento de cultura de un gran diario. Por el otro, lo de siempre también: la lucha desde abajo de quienes que sólo pueden aportar talento e imaginación; lucha contra el silencio, contra las dificultades, contra el abandono institucional, contra normativas que parecen odiar cualquier cosa que se salga de los estrechos mapas mentales de quienes las dictan.

Un ejemplo de todo ello lo estamos teniendo ahora con los 35 conjuntos, 250 músicos y una discográfica independiente que, desde el pasado 13 de diciembre, están en la calle, luego de que la Guardia Urbana los desalojara de los locales en que trabajaban en el número 3 de la calle Mèxic de Barcelona, uno de los pocos locales con los que se contaba en la ciudad para preparar discos y actuaciones. Los grupos afectados son de lo mejorcito de lo que se hace actualmente en el país: Discípulos de Otilia, Ezoukée, Nour, Costo Rico, Fufú-Ai, Planeta Imaginari... Jazz, rumba, reggae, hip-hop, rock, flamenco, o todo a la vez, puesto que entre ellos están algunos de los mejores representantes del llamado “sonido Barcelona”, la “música bastarda” que, capitalizando el éxito de Manu Chao, se está promocionando a nivel planetario como parte de la “marca Barcelona”, ese logotipo tras el cual se esconden, como todo el mundo sabe –aquí, pero no en el mundo–, realidades bien miserables.

La imagen de los músicos con instrumentos y equipos a la puerta de lo que había sido su hogar en materia de creación recordaba la de hace unos meses con los artistas de circo de La Makabra, sólo que en este caso no se les podía hacer pasar por peligrosos okupas, puesto que se trataba de honrados inquilinos al corriente de sus pagos. La historia es fácil de contar, pero difícil de entender. Una empresa inmobiliaria que alquila un edificio que no dispone de las licencias municipales adecuadas y que va recibiendo notificaciones al respecto, hasta que el Ayuntamiento decide mandar a la policía a vaciar los locales y a precintarlos. Todo ello sin que los usuarios hayan sido advertidos del peligro inminente que corría su permanencia en aquel espacio y sin que la preocupación oficial por el arte y la cultura haya dado para que nadie hubiera previsto dónde meter a decenas de músicos que se habían quedado literalmente a la intemperie.

Sabíamos que en Barcelona era difícil encontrar un sitio para vivir. Ahora sabemos que también lo es dar con otro en que crear. Sin vivir y sin crear está claro que sólo quedarán sitios para trabajar y, por supuesto, para consumir, porque aquí los únicos que lo tienen fácil para instalarse son las multinacionales del comercio, que han convertido la ciudad, como se tiene el descaro de reconocer, en “la mejor tienda del mundo”, en la que ya todo y todos tenemos precio y en la que, en efecto, y como dice Aute, “tanto vendes, tanto vales”.

Estos días, los músicos de Barcelona –los de la calle Mèxic y, por ellos, lo mejor y más nutrido del gremio– van a movilizarse por un espacio digno y accesible en el que poder trabajar. Su lema no podría ser más indicado: “Con la música, ¿a qué otra parte?”. Esa gente encarna lo que no es negocio, ni mercadotecnia política, sino simplemente amor por lo único que algunos saben hacer: música. Su imagen es toda una metáfora: la de la creatividad desahuciada, en una ciudad cuyas autoridades desprecian cualquier cosa que no sea rentable. En esos músicos está representada la capacidad inagotable que toda ciudad tiene de generar belleza. Porque es a la belleza a la que quienes mandan han puesto de patitas en la calle, allí de donde nunca, nunca, aunque quisieran, la podrán expulsar.

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