domingo, 23 de diciembre de 2007

SOUL


SOUL


Es la angustia paramórfica, en cada recodo ruinoso de los sitios perdidos entre concebidas magnitudes, estampadas en recargados calendarios apostillados, que año tras año protegen el mismo trozo de blanco con imagen de secas orillas orinadas sobre la pared superviviente a todos nosotros, la que le convierte en el vehemente imaginador de sagrados sacrificios de contrición con apariencia de profana confesión muda.

En la melindrería de sus modos, circunspección de prudencia moderada, la manera particular de expresar la significación del verbo superpuesto, con apariencia de cortés urbanidad en los capiteles con motivos de grosellas rojas de un templo erigido como morada para un culto más allá de toda divinidad, inaccesible para el resto de “fieles”, enmascaraba la auténtica herencia de una vida asimilada a la suya, una aprehensión desestabilizada por la desaparición de uno de los dadores que ahora sobrelleva nuestro protagonista tras la opaca celosía de la discriminación auto impuesta.

Tal era la dimensión de su autodestructiva devoción que cualquier formato físico mudó en pensamiento y cada pensamiento en uno sólo.

La implosión de todo lo medible en un único concepto hacia la custodia que, como objeto sacramental, era ungida con su propia sangre - culpable - no vertida en ofrenda debida, destruyó la totalidad que lo circundaba y continuó con sus ojos, sus extremidades, su sexo... hasta que finalmente terminó consumiéndole a él mismo, enferma esencia aletargada.

Más bien desapareció o transmutó como efecto de la conversión de estado de la causa adquirida en la profesión de los condenados a la involuntaria disolución de dos almas nacidas en el mismo embrión de la eternidad.

Así fue y así quedó recogido en el obituario, tutelado por algo más incomprensible que la propia existencia de este libro, donde aparece, con letras bordadas a mano con hilo de oro, señalada con una cinta color magenta, la partida de nuestro personaje.

Yo, simplemente, lo he narrado para la absurda comprensión de quien lo lea.


Nacho Hevia

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